A pesar de lo que pueda pensarse en Asturias no llueve tanto como anuncian o dicen en la televisión. Tampoco se sufren calores sofocantes ni inviernos fríos. Ciertamente, disfrutamos de un clima ideal que me atrevo a calificar de maravilloso. Si a esto se añaden numerosas playas que salpican de espuma todo su litoral junto con las cercanas montañas, no cabe pedir mucho más.
En ocasiones, una conversación ajena a uno, como la que pude escuchar hace unos días, desprende de pronto, arrojado como al azar por parte de una de los contertulios, un acertado pensamiento en voz alta del que, hasta entonces, no habíamos reparado o escuchado nunca y que, como en este caso concreto, sonaba para mí como un canto sincero a la nostalgia de una juventud ya perdida