Todos hemos oído hablar en alguna ocasión de los efectos que produce la música sobre los seres vivos. Personas, animales e incluso plantas no permanecen impasibles ante determinados sonidos. La música puede constituir un elemento de placer o de dolor, ser educativa y abrir la mente de las personas –efecto Mozart– o convertirse en un elemento refinado de tortura.
Cada vez que hablamos de música siempre lo hacemos de canciones u obras que inspiran en todos sensaciones más o menos agradables o que nos traen evocadores recuerdos; pero también detrás de las partituras hay un lado oscuro, sonidos que pueden llegar a ser perturbadores de nuestra razón.
Se cuenta que el compositor y pianista húngaro, Rezsö Seress, escribió en 1933 la canción Gloomy Sunday y que ésta tiene el dudoso honor de ser la inspiración de una serie de suicidios reales de personas que la escuchaban; de hecho, la rebautizaron como la “canción húngara del suicido”. Fue versionada por Billie Holiday y dicen que llego a ser prohibida su radiodifusión en Hungría y los Estados Unidos.
Dentro de ese lado oscuro de la música podemos encontrar casos que han sido denunciados públicamente, aunque hayan sido negados por los implicados. Según dicen, presos cautivos en Guantánamo han sido obligados a escuchar canciones de Barrio Sésamo produciendo en éstos patologías de ansiedad y nerviosismo, más que por el tipo de música por la reiteración de los sonidos.
Hay un ejemplo clásico de la influencia en los individuos, éste es “La naranja mecánica”. La película de Kubrick, obra maestra del cine, gira en torno a la tortura y la reeducación de las personas y es la música el eje principal de esta reprogramación. Además de la ingestión de fármacos y la visualización de imágenes violentas, se acompañaba el tratamiento con la audición de la Novena Sinfonía de Beethoven. Según algunas informaciones, existen centros penitenciarios que utilizan la música como elemento de reinserción. El penal de Emboscada, en Paraguay por ejemplo, tiene en marcha un proyecto de reinserción y reeducación a través de la música, donde se les da una oportunidad a los presos de mostrar sus habilidades y de progresar en su actitud.
Seguro que todos han oído hablar de la frecuencia sonora que puede atacar los intestinos y que provoca la necesidad imperiosa de visitar el retrete. Se llama la nota marrón. Aunque no se ha demostrado, cuenta la leyenda que durante la Segunda Guerra Mundial, los franceses la usaron para descontrolar a los alemanes. Este ruido marrón se encuentra entre los 5 y 9 Hz; esta frecuencia inaudible es percibida por el cuerpo, provocando estragos en el intestino. Se han hecho algunos experimentos y los resultados han sido contradictorios.
Lo cierto es que, aparte de lo dicho, que bien se podría utilizar en un programa de la “nave del misterio”, el potencial de la música es innegable. Pacientes de Alzheimer la han utilizado como tratamiento paliativo con resultados sorprendentes. Canciones de su juventud han despertado en ellos recuerdos escondidos en su mente. Estudios realizados por la Universidad de Investigación del Cáncer de Reino Unido han constatado que la musicoterapia ha conseguido reducir considerablemente los efectos secundarios de los duros tratamientos que sufren.
Está claro que la música, bien empleada, es salud y bienestar, pero en manos de mentes retorcidas puede llegar a convertirse en un arma de destrucción masiva. Prefiero pensar en positivo y afirmar, como decía Nietzche: “La vida sin música sería un error”.