lunes, mayo 20, 2024
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Sin punto y aparte

Para la derecha española, todos aquellos que no hemos tenido la desgracia de pertenecer a ella, hemos sido considerados siempre los hijos del mal. Los hijos de un mal menor, como bien decía un buen amigo mío al referirse a las contagiosas declaraciones vertidas estos últimos días por la delgadísima y muy refinada Cayetana Álvarez de Toledo, con la que le une desde siempre una absoluta desconfianza, digna de una profunda crisis de valores de gran calado frente a los que cualquiera que no perteneciera a la nobleza, tendría la obligación de vacunarse, so pena de padecer unos síntomas semejantes a los que produce el fatalmente ya popular coronavirus. Habría que preguntarle a la que todo lo sabe si su propia verborrea resulta igual de contagiosa y si con sólo taparse los oídos se podría evitar que los ligeros de equipaje nos diésemos por aludidos cuando nuestros apellidos no sean lo suficientemente compuestos como para que pudiéramos eludir el contagio que provoca la grave pandemia en que se ha venido convirtiendo el discurso elitista, xenófobo y del todo huero con él que la delgada aristócrata pretende sobornar a un amplio sector de la población plebeya y a la que según su propio criterio, culpa de ser la mano que mueve el eje del mal por el que atraviesa en estos momentos España. Una Grande y Libre que, sin embargo, el llamado contubernio judeo-masónico que tanto temía el dictador habría quedado fuera de aquel apretado paquete, atado y bien atado poco antes de su muerte digna y que ahora, después de tanto tiempo exigido por sus familiares, se haya visto en la obligación casi científica de haber tenido que abandonar su Valle de los Caídos, merced a una exhumación con la que hasta la fecha, nadie había contado, pero que se ha llevado a cabo con una discreción digna de encomio aunque teniendo que renunciar, por razones del rigor mortis, a la utilización del amplio palio bajo el que otrora se paseara con pasito doble hasta la catedral más próxima a oír misa en loor de multitudes, acompañado en todo momento de su indiscreta señora esposa, Doña Carmen Polo, engalanada  para la ocasión con sus collares de perlas de doble vuelta bien holgados en torno al cuello para recibir, como Dios mandaba entonces, el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Mientras, la nobleza, los Grandes de España y otros muy distintos gerifaltes de antaño, mostraban su entusiasmo en comandita frente a las dignidades eclesiásticas de las que esperaban obtener, llegado el momento, la tan ansiada bula que se hacía siempre imprescindible con la llegada de la tan esperada Semana Santa, preñada de la religiosidad manifiesta del pueblo español por sus distintas vírgenes y cristos, sus legionarios y sus lastimeras saetas cantadas para sus adentros desde los balcones de los señoritos andaluces de pelo liso con brillantina y sin caspa, rizadito en la nuca como corresponde a los hijos de los generosos ganaderos, tan distintos de aquellos otros andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma ¿Quién levantó los olivos?…

zoilolobo@gmail.com

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