Ya nada resulta perceptivo en Cataluña si no va acompañado del correspondiente lacito amarillo como símbolo de la inocencia de todos los implicados en el procés, precisamente ahora que, -de nuevo encarcelados en prisiones próximas a donde ha de celebrarse el juicio y donde habrán de ser juzgados por los acontecimientos acaecidos aquel 1º de Octubre en Barcelona de hace ya más de un año-, el veredicto parece más que inminente.
No siendo catalán y no llevando el distintivo amarillo al que me refiero, pasas por ser sospechoso de menoscabar el derecho a la independencia que reclaman para sí, aproximadamente, sólo la mitad de todos los catalanes. El simbolito en forma de lazo se convierte así en una especie de salvoconducto por el que el riesgo que implica no ser catalán te libra de ser considerado enemigo de Cataluña. De modo que la parroquia te sonríe abiertamente, te saluda cordialmente e incluso te agradece tu pertenencia a lo más selecto de los ambientes independentistas del lugar.
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Desde el punto de vista artístico e intelectual, toda obra gráfica, literaria, musical, teatral, etc., etc., no tendría sentido hoy en Cataluña si no fuera acompañada por todo lo que significa ese simbólico dichoso lacito amarillo con el que firman algunos autores si lo que desean es ver sus obras en las editoriales, representadas en el teatro, las musicales en un escenario o los lienzos en alguna galería catalana de arte. De tal manera que el lacito amarillo o lo que ello simboliza hoy en día para la Administración Pública catalana, parece ser condición sine qua non si lo que pretendes es dar a conocer tu obra, sobre todo, en este tiempo que te ha tocado de creación artística, desgraciadamente coincidente con las ínfulas de independencia que por el momento asolan el país y que, desde un punto de vista intelectual, le dejan totalmente huérfano frente al resto de España y de Europa.
Por cierto; yo nunca he lucido ni utilizado el lazo.
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