La breve alocución ayer del rey Felipe VI por televisión fue acogida con una impresionante cacerolada desde los balcones más próximos a casa hasta los de los pueblos más lejanos de Cataluña. Desde Sant Feliú de Guíxols también. El monarca no dijo nada nuevo que no hubiéramos oído ya por boca del presidente del gobierno y por las autoridades sanitarias responsables y dependientes del ministerio de sanidad.
De manera que esta mañana, el silencio benefactor de una ciudad desierta relajaba algo la tensión acumulada de tantos días de enclaustramiento por todos aquellos que como yo mismo, se encontraban a esa hora a la puerta del supermercado, esperando la salida de alguien para poder entrar, respetando siempre no sólo el protocolo establecido entre los comerciantes y clientes, de común acuerdo, sino también la marcada distancia de seguridad que con recelo siempre se implementa con un pasito atrás o adelante, según convenga, hasta asegurarnos más o menos el metro recomendado.
Pasamos el tiempo repartido entre las escasas tareas domésticas además de los muchos contactos que establecemos con nuestros amigos y familiares, interesándonos no sólo por su salud, sino para desearles también a todos ellos la fortaleza necesaria e imprescindible de resistir, tal y como reza la letra de la canción puesta de moda en su día por el popular Dúo Dinámico, tan planchaditos ellos entonces, con sus pantalones blancos de filo bien definido y aquellos sweaters de colores pastel, rosa, amarillo o azul y a quienes los chicos envidiábamos por el éxito que alcanzaban entre las chicas de nuestra edad. Hasta tal punto que algunos de mis amigos, si querían encontrar novia, no tuvieron más remedio que imitarles. No musicalmente, sino en aquella la forma de proceder de extremada cautela, de vestir y hasta de peinarse con raya incluida que algunos cabellos como por ejemplo los míos, se negaban a admitir.
De manera que uno ya empieza a preguntarse si las guerras del futuro consistirán en algo parecido a lo que hoy estamos padeciendo el grueso de la población mundial mientras otros, no sabemos quienes, permanecen completamente a salvo en algún lugar remoto pero seguro de la Tierra, rodeados de todas las comodidades inimaginables a costa de todos los enfermos y fallecidos por una pandemia provocada a propósito para batir a quienes consideran su enemigo más peligroso. Para combatirnos a nosotros, los desheredados de una civilización que ya sólo controlan a su antojo algunos privilegiados del planeta y que posiblemente sean además los culpables del deterioro de la capa de ozono, de la contaminación atmosférica, de los incendios de las selvas, del deshielo de los polos, etc., pero que, por alguna razón inexplicable, no les afecta en la misma medida que nos afecta a nosotros, criaturas caídas en desgracia con el advenimiento indiscriminado del Gran Hermano que todo lo ve, además de ser quién decide si ha llegado ya nuestra última hora o debemos esperar todavía a que nosotros mismos le organicemos nuestra propia eliminación definitiva en beneficio de una minoría que quizá ya no se encuentre oculta en nuestro propio planeta sino que permanezca cómodamente asentada y por tiempo indefinido, en algún lugar remoto de nuestra oscura galaxia.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
